Antiguamente, un tripulante disponía de una cuerda o línea
con nudos a intervalos regulares y una pieza de madera, otro tripulante
disponía de un reloj de arena de alrededor de medio minuto.
El primero arrojaba el tronco al agua por la popa y dejaba
correr la línea que, en su primer tramo, no tenía nudos a fin de darle tiempo
al tronco a flotar y quedar estacionario en el agua.
Cuando llegaba al primer nudo daba la orden al otro
tripulante para que diera vuelta el reloj y comenzara a contar el tiempo
preestablecido.
Cuando caía el último grano de arena, el tripulante a cargo
del reloj daba la orden de hacer firme la línea. Habitualmente, el tripulante
que sostenía la línea iba contando los nudos de ésta en la medida que iba
dejando correr la línea, por lo cual bastaba estimar la fracción de cuerda
entre el último nudo y su mano para informar la velocidad.
En otros casos, los nudos se hacían de distinto material o
con distintas formas para reconocerlos directamente, sin necesidad de
contarlos, tal como se hacía en las sondalezas.